lunes, 15 de diciembre de 2014

De las cartas (al Niño Jesús) al correo electrónico



José Javier León
@joseleon1971_

Las cartas pertenecen a un género literario, llamado epistolar, muy usado desde antiguo pero que en los siglos XVIII y XIX, formó parte de la cotidiana intimidad en especial de las mujeres quienes sólo a través de primorosas esquelas lograban romper las antiguallas de la sociedad patriarcal y trasmitir sentimientos que no podían pronunciar en voz alta.

La carta se deslizaba con secreta fluidez por entre los intersticios de las relaciones familiares, llenando de palabras los silencios del protocolo oficial y los rígidos formalismos sociales. Las cartas eran cotilleo íntimo, música interior de conversaciones que transcurrían en otro plano. También por sus aguas corrían acercamientos únicos a la filosofía y a la ciencia, a la literatura y a la política.¿Por cierto, la literatura, la filosofía escrita por mujeres no parece más dulce y cercana, que la escrita por los varones?

Las cartas eran lo que no se publicaba ni era escrito para publicarse, (amén de que era escrito para ser leído en silencio y hacia dentro, muchas veces de manera furtiva, escritura para ser sentida) era lo que se pensaba (y sentía) y que en muchos casos era mejor conservar guardado, sólo para el consumo de los epistolantes, incluso no pocas debían quemarse, desaparecer. Si la sociología necesita reconstuir una sociedad, nada mejor que sondear en estos registros sentimentales.

Las cartas son evidentemente hijas de una época. Hoy no se escriben aunque tal vez no haya habido una época en la que tanto y a todo momento se intercambien palabras a través de corrreos o a través de las miríadas de mensajes que infestan, dan forma y vida a las redes -llamadas- sociales. Sin duda, las comunicaciones por escrito se multiplican exponencialmente y su número, repito, no debe tener parangón en ningún momento de la historia.

Pero con todo y eso, sin duda el tiempo de las cartas, por ejemplo las dirigidas al Niño Jesús ha pasado, en especial porque probablemente los padres de hoy no hayan escrito siquiera una para comunicar alguna intimidad, al menos, se entiende, no en papel y requiriendo un buzón de correos, una oficina, un sello postal, una distancia, y una incertidumbre llena de nostalgias.

Las cartas al Niño Jesús pertenecen a una época en la que las palabras eran físicas como el soporte de papel y el zurrón del cartero. Las tradiciones tienen su materialidad hecha de tiempo y circunstancias. El tiempo pasa y las formas cambian. Hasta en el más inocente de los juegos sociales, se cuela el tábano del tiempo y su metamorfosis. Nuestro hijos no podrán escribir cartas al niño Jesús sino fingiendo doblemente. No sólo el destinatario, invisible, sino también el papel y hasta el gesto, extraviado ya en algún desván de las prácticas literarias para siempre en desuso.

¿Escribirán correos electrónicos al Niño Jesús?, ¿practicarán sin reírse esa parodia? No lo creo, el Niño Jesús exige una antropología que el correo electrónico no precisa, igual como nosotros mismos nos revolvemos ante la necesidad de leer cada vez más libros en pantalla porque decimos preferir, posando como si fuera cierto, el encuadernado y el aroma a tinta. Pues a eso me refiero. 


Hasta un simple y lúdico creer en Dios tiene su historia y exige sus formas.

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