José Javier León
@joseleon1971_
Las cartas pertenecen a un género
literario, llamado epistolar, muy usado desde antiguo pero que en los siglos
XVIII y XIX, formó parte de la cotidiana intimidad en especial de las mujeres
quienes sólo a través de primorosas esquelas lograban romper las antiguallas de
la sociedad patriarcal y trasmitir sentimientos que no podían pronunciar en voz
alta.
La carta se deslizaba con secreta
fluidez por entre los intersticios de las relaciones familiares, llenando de
palabras los silencios del protocolo oficial y los rígidos formalismos
sociales. Las cartas eran cotilleo íntimo, música interior de conversaciones
que transcurrían en otro plano. También por sus aguas corrían acercamientos
únicos a la filosofía y a la ciencia, a la literatura y a la política.¿Por
cierto, la literatura, la filosofía escrita por mujeres no parece más dulce y
cercana, que la escrita por los varones?
Las cartas eran lo que no se
publicaba ni era escrito para publicarse, (amén de que era escrito para ser
leído en silencio y hacia dentro, muchas veces de manera furtiva, escritura
para ser sentida) era lo que se pensaba (y sentía) y que en muchos casos era
mejor conservar guardado, sólo para el consumo de los epistolantes, incluso no
pocas debían quemarse, desaparecer. Si la sociología necesita reconstuir una
sociedad, nada mejor que sondear en estos registros sentimentales.
Las cartas son evidentemente
hijas de una época. Hoy no se escriben aunque tal vez no haya habido una época
en la que tanto y a todo momento se intercambien palabras a través de corrreos
o a través de las miríadas de mensajes que infestan, dan forma y vida a las redes
-llamadas- sociales. Sin duda, las comunicaciones por escrito se multiplican
exponencialmente y su número, repito, no debe tener parangón en ningún momento
de la historia.
Pero con todo y eso, sin duda el
tiempo de las cartas, por ejemplo las dirigidas al Niño Jesús ha pasado, en
especial porque probablemente los padres de hoy no hayan escrito siquiera una
para comunicar alguna intimidad, al menos, se entiende, no en papel y
requiriendo un buzón de correos, una oficina, un sello postal, una distancia, y
una incertidumbre llena de nostalgias.
Las cartas al Niño Jesús
pertenecen a una época en la que las palabras eran físicas como el soporte de
papel y el zurrón del cartero. Las tradiciones tienen su materialidad hecha de
tiempo y circunstancias. El tiempo pasa y las formas cambian. Hasta en el más
inocente de los juegos sociales, se cuela el tábano del tiempo y su
metamorfosis. Nuestro hijos no podrán escribir cartas al niño Jesús sino
fingiendo doblemente. No sólo el destinatario, invisible, sino también el papel
y hasta el gesto, extraviado ya en algún desván de las prácticas literarias
para siempre en desuso.
¿Escribirán correos electrónicos
al Niño Jesús?, ¿practicarán sin reírse esa parodia? No lo creo, el Niño Jesús
exige una antropología que el correo electrónico no precisa, igual como
nosotros mismos nos revolvemos ante la necesidad de leer cada vez más libros en
pantalla porque decimos preferir, posando como si fuera cierto, el encuadernado
y el aroma a tinta. Pues a eso me refiero.
Hasta un simple y lúdico creer en
Dios tiene su historia y exige sus formas.
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