Vidal Chávez
La educación cuando está perfumada de tierra y pueblo nos cubre, nos eleva, nos mueve indetenibles como la más alta de las montañas, aunque los paradigma geográficosmentales nos digan que las montañas son inamovibles.
Sin embargo, el vuelo del pájaro en el aire libre, en el plumaje de siete colores del rostro de los niños sentados en pupitres mohosos que no les pertenecen, en la carita de los niños que cargan los bolsillos llenos de cuadernos sin escribir, a pesar de que maestros castradores de tempestades, de besos, de amores, de papuchis libertarios, del vuelo del volantín, los hayan llenado de garabatos plasmados en una errática escritura deformadora del sol y la luna que ilumina sus ojos despiertos.
Nos hacemos una pregunta rescatada del vientre preñado de la historia, de preguntas elevadas hasta una nube de palabras cargadas de gotas de lluvia impedida de caer, impedidos de correr como el agua del río desbordado que nos arrastra tiernamente hacia la libertad montada en un caballo blanco que recorre continentes, pero que lo han amarrado en el hueserío de la rabia, porque nos robaron los sueños bonitos de los arcoíris, nos robaron los sueños que nunca supimos que habíamos soñado en las tareas del corazón.
Pero aquí estamos transparentes, hechos noches y amaneceres, amores, desvaríos, besos y despedidas.
Aquí estamos devorando el futuro, soñando deslumbrados, aunque nos digan que está prohibido soñar, porque la utopía es una mala palabra cuando es besada por las batallas, por el rayo y las tempestades de los pueblos, por la humanidad toda.
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