viernes, 6 de noviembre de 2015

Empleo o trabajo, he ahí el dilema



José Javier León
IBERCIENCIA. Comunidad de Educadores para la Cultura Científica

Hay una diferencia sustancial entre empleo y trabajo. No es sutil ni ofrece ambigüedades, sin embargo, el uso digamos interesado de uno u otro concepto, define la política educativa; pero sobre todo, la idea de futuro y el modelo de desarrollo.

En efecto, un país que decida educar en función del empleo constreñirá sus capacidades a espacios ya creados y de alguna manera, predeterminados, lo cual afecta la creatividad y especialmente la productividad.

Difícilmente estaremos en desacuerdo acerca del tenor de los cambios que se suceden y determinan la vida hoy. Así que pretender encauzar la educación de acuerdo a formas preestablecidas supone necesariamente rezagos, desencuentros o desfases entre la educación y los ritmos que impone la realidad.

Por eso el concepto trabajo es una emergencia si se quiere subversiva pues supone educar para la creación y la productividad en escenarios abiertos, multidimensionales, no estrictamente especializados, que en definitiva postulan una sociedad dinámica atenta a los cambios. Esta educación es de por sí mucho más exigente y compromete a todos los actores: estudiantes, profesores, instituciones y factores económicos, que han de participar en una necesaria articulación y comprensión de las exigencias del momento.

Empleo y trabajo participan pues, de un debate de coordenadas históricas que prefigura modelos de sociedad. El empleo habla de tradiciones, de trasmisión de saberes, de tecnologías que se sostienen en el tiempo. El trabajo en cambio, tiene una carga de actualidad y producción que desafía lo estatuido y promueve la aparición de lo nuevo. El trabajo es energía (hay una reserva de “física” en su contenido semántico); el trabajo supone transformación. El empleo trae de suyo un hacer no transformativo sino lineal y hasta circular, acompasado y delimitado en circuitos. El trabajo es energía aplicada a la transformación y supone, insisto, el nacimiento de productos. De hecho, la expresión “esto es fruto del trabajo” difícilmente sea aplicable a la noción de “empleo”. El empleo suele asociarse a modorra; el trabajo en cambio fortifica.

Lo dicho hasta acá tiene que ver con una manera de percibir las palabras, pero no estamos lejos de su sentido académico y profesional. De hecho, el empleo a través de la educación técnico‐profesional (ETP) se orienta a “desempeños laborales específicos”, lo cual se opone a la necesidad de una educación “integral para el aprendizaje a lo largo de la vida, el trabajo y la ciudadanía”; a “la configuración de nuevos espacios de formación por vía de los convenios entre las escuelas y los centros de trabajo”; y al “dominio de una cultura tecnológica” y una “formación para la creatividad y la innovación”.[1]

No está de más advertir que la Meta N° 06 habla de empleo y lo hace, así lo creo, desafiando las formas del futuro. El empleo predetermina los espacios y los estandariza, además, debemos estimar lo que significa en términos de inversión apostar a la creación incesante, al riesgo. El empleo permite sin duda diseños espacio-temporales más amplios, cíclicos y repetitivos; en cambio, las unidades de trabajo son acotadas y limitadas y más de laboratorio, por ello invitan a la innovación.

Por lo anteriormente dicho se comprende que se hable de trabajo cuando en verdad se habla es de empleo, con el agravante no menor de que la formación universitaria tiende poderosamente a formar para el empleo y no para el trabajo. A lo que se suma peligrosamente la tendencia actual de las empresas a controlar o intervenir las estructuras curriculares, reservando la innovación a unidades separadas (por su aislamiento y ultraespecialización) de la dinámica tradicional de las universidades.

Ello repercute según mi criterio en la educación general la cual debe promover -es lo que todos aspiramos- la creatividad y la innovación y, por tanto, tender a incorporar cada vez más unidades de investigación y producción que se traduzcan menos en empleo que en una diversa proliferación de centros de trabajo donde la transformación estructural de la realidad sea más una tarea de todos y no de unos pocos en opacidad y secreto, tal cual operan las castas de expertos.

La educación democrática para el trabajo es una meta que desequilibra el orden de las empresas nacionales y trasnacionales porque pasa por la actuación local de ciudadanos cada vez más conscientes de su territorio, de su realidad, de su capacidad de comprender sus necesidades y de la necesidad primordial de compartir y complementar.

La educación para el trabajo hace parte de una ética distinta y no sé cuán lejos estamos de asimilar su fuerza performativa. El ritmo de los cambios que supone son los del metabolismo de la vida real; no los contenidos y reservas del capital que invierte sobre seguro y no se abre –con generosidad y desprendimiento- a las posibilidades de la creación y la innovación en función de solucionar los problemas de la vida común, de la vida de todos, porque declina la noción de riesgo casi de manera exclusiva hacia lo peor: las bolsas y burbujas financieras.

La inversión para transformar realidades de vastos grupos humanos se le ha dejado sólo al Estado social; el interés privado (que promueve el Estado mínimo) en cambio es medroso. Por eso el trabajo es una capacidad que parece competerle al primero, mientras el segundo se sirve del empleo como del correaje aceitado de un sistema que funciona menos como generador de riqueza (la cual cada vez más depende del sector financiero, petrolero y armamentista –si hablamos sólo de las actividades “lícitas”…-) que como mecanismo de control social.

Democratizar la educación para el trabajo habla de una sociedad que tiene entre sus proyectos la construcción colectiva de un mundo mejor para todos y que renuncia a la inercia de la producción anónima de capital por el capital.



[1] Ideas tomadas del artículo de María de Ibarrola “Dilemas de una nueva prioridad a la educación técnico profesional en América Latina. Un debate necesario”, tomado del Portal Educativo de las Américas – Departamento de Desarrollo Humano, Educación y Cultura    © OEA‐OAS ISSN 0013‐1059   http://www.educoas.org/portal/laeducacion2010 [http://www.educoea.org/portal/La_Educacion_Digital/144/articles/mariadeibarrola.pdf]


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