domingo, 1 de marzo de 2015

Chávez, puro corazón

Verónica Pirela
veronicapirela@gmail.com

"Bastante cojones hay aquí para defender la tierra, para
defender esta patria de cualquier intruso que pretenda venir a
humillar la dignidad de esta tierra sagrada". Hugo Chávez

Al referirnos a Chávez podemos hablar de políticas de Estado reivindicativas, pago de deuda social, aportes en ciencia y tecnología, sin embargo es lo humano, en esa sencilla grandeza que lo caracterizó en lo que intentamos detenernos en estas líneas.

La última vez que vi a Chávez en persona la calle era un amasijo de gente. Viejos, jóvenes, niños, mujeres, toda la diversidad humana y social tenía sus representantes en esa avenida del sector Cuatricentenario, al oeste de Maracaibo. Como siempre el ambiente era festivo, mucho color, música, alegría, movimiento y emoción. En ese tipo de eventos se exuda caribe y las particularidades que integran nuestras identidades afloran en igual diversidad de comportamientos y expresiones
exacerbadas al mil por ciento ante aquel ser humano.

Chávez siempre iniciaba su recorrido hacia la tarima desde el extremo posterior de la concentración. Todos estábamos listos esperando el momento cumbre: la llega de Chávez. Ese día nuevamente se
desbordaron las emociones. Allí estaba él. Lo vi muy de cerca cuando pasó. Chávez iba abriendo sus brazos y cerrándolos sobre su pecho en un movimiento continuo. Volteaba de un lado a otro de la calle con ese mismo gesto en el que al unísono bajaba la cabeza como haciendo reverencia a su pueblo. Recuerdo que pensé que en ese abrir y cerrar de sus brazos hacia su corazón, estaba como recogiendo, como si cosechara algo de todo el amor que sembró y lo almacenaba en su pecho. Chávez rompió normas así cambió e incorporó patrones de comportamiento que estaban proscritos para jefes de Estado, militares y para personas públicas pues hizo visible emociones, sentimientos, pasiones que afloraban en él más allá del rol de líder que asumió con todas sus consecuencias.

Pero a mi modo de ver ese Chávez indómito y frágil a vez, que compartió un sinfín de momentos cargados de sentimientos con su pueblo incidió en la fibra de cada uno de nosotros y convencida estoy que lo seguirá haciendo. Ese Chávez que se comió la galleta que un bebé sacó de su boca para compartirla con él, el que sentó a más de un niño o niña en sus piernas dedicándole atención a sus
palabras y cantó, bailó, lloró, ese es un gigante. Podrán tildarnos de cursis sentimentales o incluso mediocres, pero ¿son o no las acciones las que más evidencian quienes somos? Chávez en público manifestó e hizo evidente gestos de amor que sin duda educan y forman para la vida. Como padre vimos la devoción a sus hijos, como hombre supimos de sus amores, como amigo evidenciamos la camaradería y la solidaridad, como patriota su amor por la patria solo equiparable al demostrado por los héroes independentistas.

Uno de los momentos familiares más íntimos es la lectura entre padres e hijos, pues Chávez le leyó a su pueblo por horas. Por eso ese día de abrazos multitudinarios en el cierre de la campaña “Chávez corazón del pueblo” más de uno quiso devolver en emoción, en energía, en aliento de vida y salud algo de todo ese amor que Hugo Rafael nos brindó. Es por eso que para mí quien ha descrito mejor a Chávez no fue un paisano sino un aliado, el presidente de la República Islámica de Irán Mahmoud Ahmadinejad, cuando a la salida de la Capilla Ardiente en Caracas dijo: “Chávez no es una persona física, es una cultura, es un sendero, es un plan para salvar a la humanidad…”

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