Por
José Javier León
Como lo
reseña la entrada a la entrevista, Misión Verdad tiene la intención
de “sacar a la luz la realidad venezolana por encima de las
intencionalidades de muchos medios de comunicación y la falta de
datos e información proporcionada por el gobierno venezolano”.
Veamos, sin embargo, qué pasó en la susodicha.
A
una pregunta sobre la disminución del poder de compra del
venezolano,
Borges respondió:
“Muchos
de los productos proceden de sectores privados y no se ha podido
llegar a un acuerdo con el gobierno para su distribución a un precio
accesible. Por otro lado, los salarios de los venezolanos han bajado
porque la inflación ha destrozado la política salarial del
gobierno”. Esa
respuesta dada
en
los primeros días de noviembre escamotea un dato importantísimo que
Serrano no tiene por qué saber pero Borges definitivamente sí, que
el gobierno hizo un increíble aumento del salario mínimo acompañado
de una estrategia de protección que incluyó el pago por tres meses
del diferencial de la nómina de los empleados del sector público y
privado y
firmó acuerdos con empresarios
sobre
los precios de productos esenciales, acuerdos que éstos
destruyeron
con las prácticas
consabidas: boicot, acaparamiento y ante la inducción de escasez,
salida a la calle de los productos a través de redes y
puntos de
comercialización informal sólo
que
esta
vez, casi al unísono, asomaron
algunos productos en
las cadenas formales con increíble
sobreprecio
y un
aumento
desmedido no
semanal sino
interdiario de
precios, en claro desprecio de cualquier acuerdo y en franca
oposición golpista y desestabilizadora contra
el
plan de Recuperación Económica.
De
paso, “pulverizando” sin duda el verbo preferido por la prensa de
derecha, el salario. Por
otro lado,
hablar de “inflación” como si se hablara de un dato económico
y no de una variable terrorista
arbitraria
e irracional, es un completo despropósito y tergiversa
la
realidad.
Si
Serrano
no pregunta de seguidas ¿Y
a qué se ha debido la inflación?,
la cosa hubiera quedado en saldo negativo para las acciones del
ejecutivo y su Plan de Recuperación. La respuesta de Borges, fue:
“Hay muchas teorías. Lo que hemos analizado en Misión Verdad es
que hay marcadores artificiales respecto al cambio del dólar en
mercados no oficiales, mercado negro, que han provocado un incremento
de los precios. Vivimos un cambio artificial y especulativo con el
dólar y eso produce una inflación y subida de los precios”
Serrano,
claro está, no puede entender, ni nosotros, cómo una página puede
trastornar el sistema de precios del país, pero Borges responde a
esta duda comprensible otorgando nuevamente la razón al sector
privado. En efecto, repite aquello de que producimos sólo petróleo
y que todo lo debemos importar, por lo tanto dependemos del
dólar, es decir, que las cosas están lo caras que están porque el
“empresario privado” compra dólares para la importación en el
mercado negro. O sea, no hubo fuga de capitales, ni importación
de chatarra, ni desvío ni empresas fantasmas, ni
guerra del
empresariado, y los comerciantes no han desarrollado prácticas
suicidas -sobre la base ideológica del desprecio fascista contra el
chavismo y todo lo que se le parezca, como ingrediente base para una
guerra civil- aupadas abiertamente por los medios y a través de las
redes-,
sino que el precio del petróleo bajó y el Estado no dispone
de dólares para beneficiar la importación de un sector que, otra
vez, queda intocado por Borges. Luego, termina
con el mantra de las ciencias sociales que
apela a
lo multicausal y complejo y listo, saldado el asunto.
No
ve Borges ni comenta ni reseña siquiera
someramente
que hay sectores productivos que se reflejan en nuestra cotidianidad
en forma de diversidad
de productos
nacionales, aparte de una evidente
reactivación
del emprendimiento a pesar de las dificultades que imponen el bloqueo
y las sanciones. No sólo se produce petróleo, es una mezquindad
enorme decirlo pero
sostenerlo es
de
una torpeza inenarrable amén
de
hacerlo frente a la oportunidad de utilizar la ventana comunicacional
de Pascual Serrano y su seriedad y compromiso con la verdad y la
objetividad,
sólo
para aparecer crítico y ecuánime.
Por
demás, ¿no
sabe o no maneja información sobre los motores económicos que
planteó el Ejecutivo Nacional? ¿Y el plan minero en
el Arco pero también en
torno
a los
criptoactivos?
¿Y el plan farmacéutico? ¿Y la activación de
la producción territorial y comunal,
sólo por decir algo, agrícola
o
textil expresada
en
la fabricación de millones de uniformes
escolares? ¿Y la construcción de viviendas? Es decir, manejando
información, es un crimen encubrirla para que, otra vez, por
mampuesto quede
bien montado
el discurso de la derecha antinacional que es precisamente, ese:
que
no producimos nada y que dependemos exclusivamente del petróleo y
por tanto, que somos vulnerables y candidatazos a la “intervención
humanitaria”.
Serrano
le pregunta si tal complejidad se le
ha
explicado al
país.
Borges responde que lo han intentado entre
otros
Pascualina Curcio y el propio Presidente, pero lo que en
especial
la primera ha
explicado no parece haberlo entendido Borges si
a
sus
respuestas vamos.
Es
verdad que muchos datos ha suministrado
Misión Verdad y que los periodistas no los usan para sus notas,
¡pero él tampoco a la hora de responder con la superficialidad con
que lo hizo y dándole la razón a los detractores y agentes
multicausantes
de la compleja guerra económica! De
haber
querido, habría utilizado
conclusiones
de
los estudios econométricos de Curcio para desmontar esa “verdad”
impuesta de la que él mismo resultó
una víctima, de que en Venezuela no se produce nada y que lo importa
“todo”. ¿De verdad es necesario subrayarle a Borges los trabajos
donde Pascualina demuestra que eso no es verdad? ¿De verdad, él no
lo sabe? ¿Y si lo sabe como estoy seguro, por qué repite una
mentira que distorsiona la realidad de Venezuela y nos deja inermes
ante la brutalidad de la guerra económica y
la prensa y opinión pública internacional?
Menciona
Serrano la falta de medicinas y Borges insiste en el bloqueo y la
asfixia, pero él sabe o
debería saber que
eso es
sólo
una parte
de la verdad, pues
debería manejar con propiedad aquella
que
llevó a las empresas farmacéuticas a firmar acuerdos con el
gobierno para la producción y distribución de medicinas, acuerdo
que estoy seguro ya
sufrió
la misma patada que el
de los alimentos, por las razones arriba expuestas, es decir, porque
hay declarada una guerra contra el pueblo venezolano y las bases de
apoyo del presidente Maduro y la revolución bolivariana en general.
A
modo de ilustración,
hace días la
alcaldía
de Maracaibo y la
gobernación
del estado Zulia -al
occidente del país y en la frontera con Colombia,
intervinieron
un inmenso mercado informal diseminado
en el
centro histórico de la ciudad y, en un momento en que la maquinaria
pesada daba cuenta de los tarantines improvisados que tenían décadas
ocupando las calles y
aceras se dejó
oír
un
estrépito de vidrios rotos y aparecieron
nada
más y nada menos que ristras de ampollas de insulina. Al
bloqueo
se
suma pues,
una debacle moral inducida por la misma crisis y que hace parte del
escenario de guerra multifactorial o híbrida.
Volviendo
a la entrevista, Serrano
y Borges pasan
al tema de la migración y ante la evidencia de un intenso flujo
aparece un ritornelo que a mi me parece sospechoso, el de las cifras
oficiales. Si yo fuera periodista y me preciara de tener un medio que
hace trabajos de investigación, lo que menos pidiera -con la inocencia de esperarlas- a gobierno
alguno sería “cifras oficiales”. O las busco y las investigo y
doy con ellas por encima o por debajo de lo que sea, o no hablo de
ello y me quedo con rumores, números al voleo o con
lo
que me digan las páginas y voceros entre
líneas en medio de la obligada propaganda oficial.
Pero obvio
que no diré
ni hablaré
seriamente
de
investigación. En otras palabras, si te presentas como un medio
independiente y objetivo entregado a la investigación, ¡no le pidas
cifras oficiales al gobierno!, que
tendrá miles y
sobradas
razones para no darlas, a
nadie.
Al
respecto, hace
unos días era titular de ciertos
noticieros
que el FMI estaba exigiendo al gobierno las benditas cifras
oficiales, como
si Venezuela dependiera o tuviera que rendirle cuentas al FMI, nadie
salió a decir ni del alto ni el bajo gobierno que Venezuela no tiene
porqué darlas y menos a ese organismo con
el que el país rompió relaciones desde tiempo de Chávez y que
practica un descarado terrorismo
económico internacional, como
mentor
y ejecutor
de políticas neoliberales cuyas consecuencias califican sin más
como crímenes de lesa humanidad.
Siguiendo
esto
de
las cifras, Borges cita un trabajo de investigación con algunos
datos y era eso, claro está, lo que tenía que hacer sin decir que
valoraba mal que el gobierno no las diera. El gobierno, repito,
tendrá sus razones, de
ahí que me pregunte ¿qué
se gana con malponer una estrategia de lo que es a todas mis pocas
luces un
tema de
seguridad y defensa del Estado el cual -en
el marco de una guerra global de información y contrainformación-
tiene la
perentoria necesidad de
hilar
una
retórica -que por cierto paró casi
en seco la muy
agresiva
de la intervención militar- de un
éxodo
que retorna a Venezuela porque el país pese
a todo
le ofrece seguridad y bienestar a sus ciudadanos? ¿Es muy difícil
entender eso?
Por
supuesto, cuando Borges presenta el catastrófico escenario de la
migración y sus números
“no oficiales” fruto de investigaciones independientes, el plan
Vuelta a la Patria y sus 9
mil
venezolanos y venezolanas que regresan, resultan
prácticamente nada. Pero si se entiende que
estamos ante golpes de efecto, ¿por qué no analizar el asunto desde
el punto de vista comunicacional? Por ejemplo: los buses con
migrantes venezolanos eran detenidos en las carreteras
internacionales antes de llegar a su destino y debían terminar el
viaje a pie, de ahí las fotos de los caminantes errantes. Hicieron
eso los medios sin contar con que se
les venía encima una verdadera caminata de migrantes que no
tardaron en edulcorar
con la palabra “caravana”. Ambas imágenes, la
de venezolanos cruzando
los andes (parodia
insultante del paso de los Andes de Bolívar)
y
la de los centroamericanos atravesando miles y miles de kilómetros
bajo un sin fin de amenazas y
acusaciones,
son
sin
duda efectistas,
pero una se mostró a todo color y en todos los medios, la otra,
inocultable, la
han llegado a presentar como una gigantesca operación de propaganda
anti-Trump.
En definitiva, son golpes de efecto que terminan delineando una
“realidad” a la medida de los medios que están al servicio de
intereses geopolíticos. Que salgan (supuestamente) a pie huyendo de la
hambruna impuesta por un dictador pero regresen visiblemente felices en
vuelos fletados por el gobierno, se trata sin duda de un golpe de
efecto... Ver entonces el problema como un asunto de
cifras es,
por decir
lo
menos, irresponsable.
Finalmente,
es increíble como despacha Borges el caso de la ex fiscal Luisa
Ortega Díaz.
A la pregunta de Serrano que, repito, no tiene por qué conocer los
intríngulis y
que busca
aclarar algunos puntos sobre esa “destitución”, Borges responde:
“Esa fiscal fue destituida por el poder legislativo, se trata de un
procedimiento administrativo establecido por la legislación
venezolana”. Con esa respuesta equidistante entre la nada y el
vacío, queda sin
alusión
que la Fiscal estaba complotada en un golpe de Estado que perseguía
socavar la posibilidad de justicia y hacer reinar la completa
impunidad en un marco de
creciente violencia callejera. Si aquí no llegamos al
punto de Ucrania,
fue por la paciencia del pueblo y los movimientos del ejecutivo y el
resto de los poderes
(recuérdese
que la Asamblea Nacional a secas estaba en manos de la oposición que
el diciembre de 2015 la ganó y desde el mismo momento en que se
dieron los resultados adversos para el gobierno sus voceros más
conspicuos dijeron que se ponían desde ya en campaña para tumbar al
gobierno y desconocer al Presidente, intentando si no una cosa, otra
en una carrera alocadamente
golpista que serviría
de paso para dar rienda suelta a la violencia en las calles). Con
casi todo en contra, se abrió una
ventana
que
permitió
la posibilidad de la
Asamblea Constituyente la
cual
milagrosamente trajo la paz y sacó literalmente de la noche a la
mañana a Venezuela de las garras del extremismo y el fascismo. La
ANC no es sólo que está por encima o que es plenipotenciaria, es
que ha
sido
una
verdadera
válvula
de escape a
la violencia terrorista y nos preparó -con
un inesperado
golpe de mano del presidente
Maduro que probablemente no tengamos
la suficiente perspectiva histórica para
comprender
y
agradecer-
el terreno para
labrar
la paz política, la
única
que
puede sentar
las bases de la paz económica. Sin
paz política es
imposible que el gobierno se plantee una bitácora de dos años para
maniobrar una economía asediada por el imperio norteamericano.
Por
cierto, fue tan contundente la paz que trajo
la
Asamblea Constituyente que los partidos de oposición, que sólo
respiran y viven de la violencia, extinguida
ésta,
prácticamente desaparecieron de la escena. Es por ello que los
ataques directos
a
la población venezolana vienen hoy
de
dos lados: del exterior a través de la vocería y los organismos
dependientes de la política exterior norteamericana y
del interior, a
través del
empresariado difuminado
en un
innumerable ejército compuesto de comerciantes formales e
informales que tienen como objetivo -sordo
o secreto- hacer
invivible la cotidianidad de la población. Insisto
en que está
completamente
desdibujada
la representación política de ese sector diseminado y
extendido,
esclavo del capital trasnacional
en
el marco de una dolarocracia infame.
Valga
recordar que en
los tiempos de la guarimba (a
mediados de 2017) un
operador político de la oposición Freddy Guevara -hoy asilado en la embajada de
Chile- decía que había que eliminar para el venezolano la
“normalidad”. Pues eso es precisamente lo que acontece en el
país, nada, ni lo más nimio,
se resuelve normalmente;
la violencia callejera, las barricadas y los linchamientos se
trasladaron y concentran hoy en
las
calles de
un comercio desquiciado.
Total,
muchas entrevistas u opiniones corren igual suerte, tergiversan,
recortan,
simplifican.
En este caso, estoy
seguro que Pascual
Serrano
no contaba en su agenda con eso ni era la
de Gustavo
Borges,
pero
me pareció que esta en particular terminó aportando casi que nada y, en
cambio, mucho le sirvió a los intereses de la desinformación.
Lamentablemente.
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