viernes, 1 de mayo de 2015

Editorial

Maracaibo/Zulia. Mayo. 2015. Edición No. 7

Cada vez resulta más que evidente que el capitalismo ha generado un mundo virtual, invertido, plagado de apariencias y contrasentidos que, sin embargo se toman por el sentido, por los hechos, por la realidad. Acaso el más extendido de todos sea la afirmación de que el capitalismo es un sistema económico.

Nada más lejos de la verdad: si economía viene de oikos (casa) y nomos (administración), se traduce entonces como administración de la casa, de ahí que las “amas de casa” por ejemplo, sean efectivamente las primeras ecónomas. Ahora bien, más extensamente, hablaremos de economía siempre que nos refiramos a la sabia administración de los recursos con que cuenta una comunidad, una ciudad, el país, la región, el mundo, esto es, la casa, el albergue de todos.

No obstante, salta a la vista que el capitalismo destruye precisamente el mundo sobre la base de una lógica demencial de explotación de los recursos refractaria al futuro.

La economía supone planificación, algo que sólo ocurre si se tiene conciencia del pasado (de las condiciones previas), del presente (del concurso histórico de las circunstancias), en función del futuro (atendiendo responsablemente a las consecuencias). El capitalismo en cambio actúa sobre un extraño presente cargado de pulsiones despojadas de sentido histórico y de responsabilidad ulterior. Exactamente como los actos irresponsables cometidos por niños (con el perdón de los niños, que son inocentes).

El capitalismo es pues un régimen social creado para someter a las mayorías al arbitrio de minorías poderosas, y poderosas porque se han hecho violentamente de los recursos que hacen posible la vida, por ejemplo el acceso a la tierra.

Por ello, el capitalismo será vencido cuando se restituyan y recreen diversas formas de vida comunitaria, lo que pasa por el uso común de la tierra, por la administración colectiva de la casa. Será vencido cuando verdaderamente se trabaje en función de la vida y no para el capital. Cuando se restituya el sentido de las cosas: cuando ya no hayan más guerras humanitarias, ni bombas inteligentes, ni destrucción creadora. Cuando la educación libere porque se aprende en colectivo a producir, a transformar la realidad, y no como algo personal de exclusiva superación individual.

La meta del capitalismo es el individuo, el homo economicus, un ente abstracto sin cuerpo ni alma, entregado al consumo como única atadura a la vida, una vida por demás superficial, desapasionada, estéril. En el juego de apariencias del capitalismo, la vida es muerte en vida, un pasar por la existencia vaciada de tiempo, entregada a un hacer sin sentido, alienado, despersonalizado.

El socialismo como El Quijote debe desandar el mundo desfaciendo entuertos. Alzar y poner el mundo sobre sus pies: que la vida sea vivir (y no morir) y que trabajar sea verdaderamente trabajar. Que la educación no sea un tránsito al individualismo atroz sino un encuentro de voluntades y diálogo de saberes.

Las reivindicaciones laborales deben avanzar hacia la gran reivindicación de la especie humana en esta etapa de degradación a la que ha sido arrastrada por el capitalismo: vencer la lógica violenta del capital, el egoísmo y el individualismo, hasta desplegar la vida plena, el vivir viviendo, el amor, la solidaridad.”.


@joseleon1971_

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