PERIODISMO Y POSVERDAD en el marco del Día Nacional del Periodista, moderado por Alexis Blanco y que tuvo lugar en el Centro de Arte de Maracaibo Lía Bermúdez
La
verdad es un desiderátum
Depende
de quien la dice, y por eso está entrañablemente vinculada al
poder, que la impone a la fuerza. En otras palabras, quien tenga el
poder para imponer su verdad, la tendrá.
El
pueblo (si cuando decimos pueblo hablamos de un sujeto histórico en
pugna contra los poderosos que lo niegan e invisibilizan) puede
conocer alguna verdad incluso como testigo directo, como testimonio,
como actor o protagonista, pero si no tiene el respaldo de la fuerza
para imponerla, su verdad no se hará efectiva, vale decir, no se
sabrá.
La
verdad del pueblo es amasada con la ética que es el refugio de lo
humano a donde no llegan ni la fuerza ni la muerte.
La
verdad del pueblo encarna en hombres y mujeres que, de pronto, son el
pueblo todo, el pueblo mismo.
La
verdad nos hará libres, reza el evangelio. Pero lo que nos libera,
finalmente, es la ética. No por decir la verdad seremos libres, sino
por sostenerla aun en el más completo de los silencios incluso con
la vida.
Las
operaciones de intoxicación contra la verdad están dirigidas a
corromper la relación Verdad-Realidad y Verdad-Ética
Resulta
obvio que los medios tengan que mentir. El capitalismo sería
insostenible si se supiera la verdad.
Lo
novedoso es que lo medios mientan con tanta frecuencia e intensidad.
Acaso se deba a la relativa facilidad con que los ciudadanos/usuarios
de las redes pueden hoy enterarse de ciertas verdades que los poderes
fácticos necesitan mantener ocultas.
Al
proliferar las fuentes (por la multiplicación exponencial de
usuarios de las redes con capacidad potencial y siempre creciente de
producir contenidos) han proliferado los medios alternativos, en
consuno con las redes. Por eso, el poder se ve obligado a
controlarlas si no puede controlar del todo las fuentes. También las
controla a éstas, desacreditándolas, bien de manera individual,
bien de manera colectiva, desautorizando las posiciones y tendencias
ideológicas.
El
espacio de la comunicación tiene que ser ocupado por la
“comunicación” mediática, siempre y por definición, mediada.
Pero
el ascenso de las voces alternativas y su correspondiente fuerza
mediática vienen acompañados por un declive del prestigio del poder
de la fuerza de los medios. Ese declive es compensado con el
ejercicio del poder al desnudo, sin afeites ni adornos.
Se
impone así el terrorismo mediático y el sicariato, simbólico o
físico, aunque el primero siempre precede al segundo.
Por
otro lado, el declive de las formas tradicionales del poder (lo que
sería la pérdida de la hegemonía) se traducen en el ascenso de las
formas para-estatales o para-privadas (mafias de toda laya cuyo único
signo ideológico es la protección a muerte de los mecanismos de
acumulación de riqueza de los ricos) del poder de la violencia. Si
no se puede ocultar la violencia, y luego no se puede disimular,
entonces se precisa de una violencia opaca, secreta, sorda, terrible,
(por) omnipresente.
Otra
estrategia consiste en colmar el espacio mediático con la
proliferación de fuentes “alternativas” con mayor poder y
capacidad mediática que hagan el trabajo de intoxicación o
contaminación de la atmósfera o medioesfera. Y por supuesto, captar
voces alternativas que se han labrado un reconocimiento o prestigio
poniendo transitoriamente a salvaguarda su ética, pero que
finalmente ceden a las presiones, a los chantajes, al cansancio o la
desesperanza.